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viernes, 29 de febrero de 2008

Abigail

Caminaba… caminaba despacio, distinto. Pensaba… despacio, distinto. Hablaba… despacio, distinto.

Su hija, Abigail, pensaba que estarían siempre juntas, siempre iguales; nunca sospechó posibilidades de quedar atrás. Por más que lo intentase, no podría alcanzarla. Así pasó el tiempo, implorando por su madre, la que no debía alejarse más, la que no debía envejecer, la que no debía olvidar.

Esa impotencia característica que marcaba los días de su hija motivada por una clara señal de crueldad impregnada en su frágil ser, deterioraba también a Abigail.

Viviendo un calvario interno, un tormento mental, Abigail decidió acabar antes. En desventaja y juntas no podrían estar, decía Abigail. Ya había intentado detener el tiempo; su tiempo y no fue capaz. Pero fue ahí entonces cuando comenzó a distraerse, a solazarse y encontró en una foto a su madre, más cambiada. Optó por quedarse con la foto, quien nunca cambiaría, siempre luciría radiante y no necesitaría mayores cuidados.

Abigail cenaba con su foto, hablaba y hasta conducía con su foto al lado. Años pasaron Abigail y su foto; pero Abigail ya era anciana y estaba incapacitada para realizar funciones, pero era feliz, había logrado su tan preciado anhelo. Aunque su figura de madre no era más que un viejo pedazo de papel enmarcado, la que envejecería primero sería Abigail.

(Cuento escrito, editado y publicado por seba-ediciones 2008)