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sábado, 3 de mayo de 2008

Ignacia

Veraneamos en Uruguay, éramos 6 amigos. Inseparables. Nuestros padres nos habían dado permiso para viajar solos. Íbamos a cargo de la madre de Santiago.

Mientras el avión despegaba, Jorge trataba de terminar un dibujo algo complejo. Ignacia se daba vueltas en el asiento, tratando de captar la mejor fotografía de la ciudad. Gastón dormía junto con Emilia, Santiago leía un pequeño libro y yo iba viendo los videos que había hecho antes de subirnos al avión.

Nos hospedamos, en un amplio hotel al llegar. La madre de Santiago, desesperada partió a comprar recuerdos para sus amigas. Con Emilia nos fuimos a fotografiar la ciudad. Esa noche todos nos quedamos fuera del hotel, a orillas del mar.

Mientras la hoguera se agrandaba, se cantaban más canciones. Gastón y Santiago ya estaban un poco ebrios. Luego se le sumó Jorge, Ignacia, por último yo; menos Emilia. Gastón y Emilia eran novios. Emilia era la alegría del grupo; era sencilla, respetuosa y muy buena persona.

Todos en el grupo estábamos felices, al principio. Gastón comenzó con algo típico en él: mofarse de los demás. Lástima que escogiera a quien era su novia; Emilia.

El ambiente, recuerdo, se tornó denso. Las palabras iban fuera de contexto, todos, en la condición que estuviéramos, lo sabíamos. Jorge trató de intervenir, pero Gastón se puso violento, agresivo.

Emilia, quien no bebía. Se entristeció mucho al escuchar lo que su novio le decía. Así, apenada e indignada se dirigió al hotel caminando, sola, desorientada, pensando en qué cosa mala pudo haber hecho reaccionar así a su novio.

Todos en el grupo se habían quedado dormidos; el fuego se había apagado mientras una desgastada radio sonaba. Emilia logró, después de 3 horas caminando, llegar al hotel. Según el conserje que la vio entrar, Emilia iba angustiada, enrabiada. Emilia atinó a empacar sus cosas. No se demoró más de 15 minutos. Encontró el pasaje y confirmó el vuelo. Recordaba las ofensivas palabras de su novio. Llegó llorando al aeropuerto, dejó su equipaje y se sentó para despegar.

En el grupo nadie sabía que ella se había ido. Cuando despertamos, nos subimos a un taxi hasta llegar al hotel. La buscamos por todos lados. No recordábamos muy bien el episodio de la noche anterior. Pensamos que podría estar caminando sola o que podría estar tirada durmiendo por ahí.

Ignacia, su mejor amiga, la buscaba sin parar. Cogió un taxi y la salió a buscar. Ignacia era una joven llena de alegría, era caprichosa, inteligente y divertida. Ignacia llegó al hotel sin dato alguno acerca del paradero de Emilia. Como Ignacia partió sola a buscar a Emilia, Gastón se enojó mucho con ella, le gritó, la insultó, le tiró el pasaje en la cara y la obligó a devolverse a Chile.

Ignacia no entendía la actitud de Gastón. Pues detrás de Ignacia yo iba corriendo, tratando de detenerla. La rabia y desconcierto, perece que fue mayor, iba distraída, enojada. Lamenté mucho haberla llamado de lejos. Ignacia me miró, se quedó quieta. Sus ojos parecían bolas de cristal. Tenía el pelo desordenado y los ojos hinchados de tanto llorar. Tranquila se devolvió hacia mí, miraba cabizbajo, se acomodaba su mochila y trataba de sacar algo de su pequeño bolsillo. Era su teléfono celular, lo divisé de lejos. Ignacia no alcanzó a reaccionar; venía un vehículo acelerando cada vez más, le impactó de frente. Yo grité, y corrí para tratar de socorrerla. Me abalancé sobre ella, le toqué su rostro. Los minutos se hicieron humo. Detrás de mí había médicos, una gran ambulancia, estaba la policía y nosotros dos. Ella tirada en el suelo y yo con su cabeza en mis brazos. Su teléfono celular seguía sonando. El policía lo sacó del bolsillo de Ignacia, me lo enseñó. Pude ver que decía: “Emilia - Llamando”.

No quería saber de nada más. A mi mente venían recuerdos como las canciones del día anterior o los primeros días de clases.

Ignacia había fallecido y nada podía hacer. Mi mente logró quedarse en blanco, calmada pero en blanco. Así fue como desperté en una angosta y fría camilla de un pequeño centro médico de Uruguay. A la puerta tocó alguien. Era Santiago. Yo no quería hablar, no quería ver a nadie, solo quería ver a Ignacia, quería conversar con ella, reírme con ella, abrazarla, despedirme.

Tanto fue el impacto que provocó la muerte de mi amiga que una extraña reacción nerviosa me dejó sin movilidad por un tiempo.

Santiago estaba bien, se le notaba en el rostro. Me hablaba intermitentemente. Trataba de remediar en cierta medida todo el daño hecho. Yo solo escuchaba lo que él me decía: “Escucha… amigo. No sé… qué fue lo que… a Gastón pudo haberle sucedido. Entiende… que… él necesita de nuestro…apoyo… Lamento mucho lo… lo de Ignacia… lamento mucho lo tuyo también. Ignacia fue llevada ya a Chile, sus restos fueron enterrados. Todo el grupo está en Chile. Solo regresé para… para verte. Emilia está bien… me pidió, me pidió que te entregara esto”-

Entre tantas inhalaciones profundas que Santiago aprovechó, yo reflexionaba. Tomé la carta que dejó en mis manos. Santiago se despidió con un cariñoso beso en mi frente, su expresión era de una angustia indescriptible. Le esbocé una sonrisa y abandonó la sala.

Minutos después, entró una enfermera. Vio que tenía un papel en mis manos. Me preguntaba si quería leerlo; pues abrió la carta, la estiro e hizo que la leyera.

No era precisamente una carta de Ignacia. Era la explicación del por qué de su muerte. Al principio no comprendí. Mil ideas pasaron por mi mente. La carta decía algo como esto: “Las razones son evidentes. La vida de quien quiso tanto este mundo se esfumó sin voluntad alguna. Las oportunidades no existen en estos casos. Es así y punto. Su alma descansará tranquila. Ella no se ha ido… ella está en ti, está aquí, contigo. Recuérdala, y extráñala como nunca antes podrías haberlo hecho”

Después de leer esta carta, no comprendí si era Ignacia, si era una broma o algo parecido. Pero…logró hacerme pensar. Lo que ninguna frase de aliento pudo entregarme me lo entregó la carta. ¿Habrá sido la muerte? ¿Habrán sido mis amigos? ¿Es que acaso morí y los demás sobrevivieron?, no entiendo. Pero comprendo que la vida, mi vida es una sola, frágil e impredecible, corta, triste y feliz, que se ha visto envuelta en la peor trampa que la muerte puede tender.


(Historia escrita, editada y publicada por seba-ediciones 2008)