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viernes, 30 de noviembre de 2007

Oculta algarabía

Yo sentado y ellos riendo. Tranquilos, en el segundo piso de la aledaña escuela.

Atento permanecía yo mientras jugaban. Me distraje, me di vuelta.

La pelota, sin cuidado, me rozó. Los miré; sus rostros, sus voces tratando de salir, de pedir, de gritar.

Solo sonreí y un pequeño ademán sirvió para entender. Les tiré la pelota.

Sonreían, agradecían, saltaban, continuaban su juego.

(Cuento escrito, editado y publicado por seba-ediciones 2007)

viernes, 16 de noviembre de 2007

Un pedazo de hilo

Era un vagabundo, se dedicaba a dar cátedras en parques y calles acerca de aspectos que él consideraba importantes a quien quisiera escucharlo
Nunca lo oí decir algo en lo cual no tuviese razón, sin duda era un sabio.
Ese día intentaba explicarme algo, no recuerdo qué, pero me entregó un pedacito de hilo y me dijo algo que una vez leyó: “Tenéis que comprender que la distancia más corta entre el hombre y la verdad es un cuento”

(Cuento escrito, editado y publicado por seba-ediciones 2007/ fragmento ensayo)

El ermitaño

Estaba convencido de que me preguntaría a mí.
La profesora tenía esa costumbre, comenzaba su clase y el primero al preguntarle siempre era yo. Ese día no había estudiado, pues pensé en que no quería obtener una mala calificación, por lo que astutamente me escondí detrás de los estantes que estaban al final de la sala de clases.
Encontré zapatos, antiguos rayados, bolsas, frutas, cuadernos y un niño.
Sí, era el niño del que todos hablaban y que nunca alguien había intentado verlo.
Por supuesto ya no era un niño, era un hombre, con un uniforme algo estrecho, sucio y maltratado.
Estaba sentado, con sus rodillas en el pecho y sus brazos afirmándolas.
Le pregunté que por qué lo había hecho. Él me respondió que por miedo a ser interrogado, además me aclaró que ha sobrevivido estos años por las manzanas que se lanzan los compañeros y que caen por debajo de los estantes.

-“Era un día martes, igual que ahora, la profesora Berta, que en paz descanse, me interrogaría. Tuve tu misma idea; me vine hasta este lugar y nadie, en todos estos años, me ha logrado ver. He sido silencioso. He visto pasar a muchos compañeros por esta sala. He tenido que tirar por debajo algunos balones y zapatos que caen aquí y ahora te veo, asustado y evadiendo la misma materia por la que arranqué hace 24 años. Es un pánico indescriptible, le ruego se quede conmigo, la vida aquí atrás es pacífica, seremos dos los fenómenos, tendré con quien lanzar los balones y hasta podríamos agrandar este espacio, ¿no lo crees amigo?, ¿amigo?” -Hablaba el ermitaño compañero

El asustadizo alumno que había esquivado la interrogación hace unos momentos se dirigió corriendo hacia el principio de la sala, dio las disculpas pertinentes y prometió no volver a hacerlo, pero tenía en mente un plan. Le pidió ayuda a cuatro compañeros para correr los estantes, ellos, con mucha disposición lo ayudaron, dejando al descubierto, entre mucha basura, un cuerpecillo cuya expresión era un terror evidente.

La profesora, asombrada por lo sucedido, lo invitó a salir de su hermético refugio, lo ayudó a levantarse y le ofreció la oportunidad de poder rendir su retrasada evaluación.


(Historia escrita, editada y publicada por seba-ediciones 2007)

Cabina telefónica

Apoquindo. Diez de la mañana, caminando, alguien llama…Providencia, diez y treinta de la mañana, caminando, cabina de teléfono, alguien llama….La Alameda, 11:23 de la mañana, me detengo, escucho, observo, contesto. ¿Hola?
Misterioso, nadie al otro lado. Cuelgo, diviso, sigo caminando.

(Cuento escrito editado y publicado por seba-ediciones 2007)

Ideas prestadas

Estaba soñando. Pudo salirse de aquella nube que encerraba esas escenas del sueño.
Se deslizó hacia una nube de otra persona que aguardaba ser infringida.
Husmeó por cada rincón del sueño con la intención de recolectar ideas para así tener un sueño más agradable.
Fue entonces que sacó de su bolsillo 2 bolsas de 20 metros cada una, todas de madera roja, en ellas depositó muchas ideas y se las llevó; adentro iba un retrete y muchas toallitas de mano…de diferentes colores y diseños.
Se deslizó nuevamente hacia su nube y se puso a ordenarlas.
En la vida real, tenía mucha sed… fue entonces cuando despertó en busca de un vaso con mucho agua. Regresó a su dormitorio y se quedó dormido profundamente.
Esta vez el sueño era más entretenido, había más escenografía y más donde desplazarse.
Se quedó con la idea del vaso de agua. Volvió 6 veces de la cocina hacia su recámara en busca de agua, todo eso en el sueño, se acordó en ese momento de las nuevas adquisiciones. Su fue hacia el excusado, lo ocupó 6 veces, solo halaba la cadena y comenzaba a secarse sus manos, cada vez que las secaba, lanzaba una toalla por el inodoro. El ejercicio ese, lo agotó y decidió sentarse en un sofá de cabezas de duendes.
Se sentía mejor, más aliviado, más repuesto.
Fue así entonces que despertó…aliviado y un tanto “ahogado”.

(Cuento escrito, editado y publicado por seba-ediciones 2007)

domingo, 4 de noviembre de 2007

Bajo el poste

-“¿Pan amasado?, a quinientos el kilito casero. ¿Cuántos quiere? Aquí está, que le vaya bien caballero. ¡Pan amasado, calientito!, ¿Pan amasado señorita?”
Ese era más o menos su pregón y su relación con los clientes, esa misma disposición, la mantenía las 6 horas de trabajo, las cuales desarrollaba en las calles, en aquel espacio del medio que queda entre auto y auto.
Dejaba una enorme canasta de mimbre en el suelo de la vereda, bajo a un poste de tendido eléctrico, llena de pan amasado y con un blanco cobertor de tela que mantenía el calor de la mercancía las seis horas de ventas.
Solía yo pasar en auto por aquella calle, puntualmente a las siete de la tarde.
Mientras veía un condominio nuevo de apretados edificios que se construían el la ladera norte de la avenida, observé una situación desagradable y que me impactó mucho.
Un caballero, de apariencia tranquila, sin ningún tipo de vergüenza, sostuvo con fuerza la canasta y se la llevó corriendo, adentrándose en un oscuro callejón el cual no dejaba ver a quien transitaba por él.
La señora, angustiada y cansada de haberle gritado muy fuerte al bandido y apenada por la situación, vendió la última bolsita de pan y dejando caer unas delicadas lágrimas, se dirigía hablando sola y con una clara expresión de rabia a tomar un bus que la llevaría a su casa.
Me fui pues, pensando en la situación, que al otro día ya se me había olvidado.
Eran las siete de la tarde y yo pasaba nuevamente por ese lugar. Mi mirada se centraba únicamente en el avance de la construcción, mirada que fue interrumpida por la presencia de aquel rostro que no se me había olvidado. Era ese ladrón de pan amasado, el del día anterior. La luz del semáforo daba verde, mi madre avanzaba y yo rogaba que se detuviese. No me hizo caso, bajé el vidrio y le grité a la señora que tuviese cuidado, que ahí venía el hombre de las manos rápidas.
Los reflejos de la vendedora fallaron y el ladrón nuevamente hizo de las suyas, llevándose otra vez la canasta.
La señora, en tanto lo siguió corriendo perdiéndose en aquel oscuro callejón.

Era miércoles, un día después del último incidente; para ser exacto eran las siete y cinco minutos. La señora que vendía pan amasado no se encontraba en su esquina, vociferando su armonioso pregón.
Me enteré por uno de los maestros de la construcción aledaña al callejón, quién escuchaba en una radio "Everybody Hurts" de R.e.m, en qué términos acabó la historia.

La señora, enfadada por el último robo, persiguió al ladrón hasta adentrarse en aquel oscuro callejón. No lograba divisar por lo menos la silueta de él. A lo lejos vio sus dos canastas, corrió hacia ellas pero, detrás de estas singulares canastas de mimbre, se encontraba el deshonesto individuo. Él comenzaría a darle explicaciones, pero no bastaron ni cinco segundos para que la preparada vendedora sacara de su blanco delantal un arma de fuego y le diera en el pecho. Su desesperación se hizo tal, que atinó a cubrir el cadáver con los cientos de panes que había en las canastas.
Se podía apreciar, la enorme cantidad de panes ensangrentados que había en el suelo.
La mujer, desesperada, pero a la vez, aliviada, corrió muy rápido, con una de sus canastas, muy firme en su mano derecha, arreglando su cabello y limpiando sus manos con los géneros que cubrían los panes.
Llegó a la esquina del callejón, donde ya había más luz, se sacó el delantal, respiró hondo y lo último que alcancé a ver fue una extraña cara de satisfacción.


(Historia escrita, editada y publicada por seba-ediciones en conjunto con Eduardo. A 2007)

sábado, 3 de noviembre de 2007

El paseo de las cebras

Le encantaba esperar la luz verde para cruzar, de esa manera podía lucir todas sus virtudes, su elegante caminar, en el tiempo que demoraría pisar las 16 líneas del paso de cebra.
En los 12 segundos en los que lograba cruzar la calle se imaginaba que algún productor famoso, exitoso, pensaría desde su automóvil: “Pero mira que desplante, que elegante caminar, le silbaré para que venga hasta aquí y acepte trabajar conmigo en una importante campaña publicitaria”
Esto lo hacía a diario, después de ir a cualquier tienda, aprovechaba ese intervalo para demostrar que sus cualidades merecían ser vistas.
La producción se tornó excesiva, con el tiempo se volvió una obsesión y prácticamente la única razón que ella tenía para salir a las calles, era destellar con sus atributos que creía ella tener.
Nunca pensó en los riesgos que esto significaba; si tenía que dormir en la calle, o pasar todo el día cruzando pasos de cebra, lo iba a hacer. Había días en los que no regresaba a su hogar, por ende su producción se deterioraba y más llamaba la atención.
Con el pasar de los meses se volvió en un personaje típico; le llamaban “La loquita del paso de cebra”, sí la misma, la que pretendía hacerse famosa.
Se fue despreocupando de ella, se fue enfermando, se fue trastornando.
Tanta fue la curiosidad que causó en los medios nacionales que la mayoría de noticieros imploraba una declaración.
-“Sí, la misma, la denominada “Loquita del paso de cebra”, nos acompaña hoy día, en un despacho en directo para todo Chile y le preguntaremos justamente, a qué se debe esta situación, cuáles fueron sus necesidades, o tal vez intenciones para llamar tan fuerte la atención atrayendo así a los medios que por estos días se han avocado a cubrir esta noticia, que creo, nos interesa a todos, ¿no es así? ¿Qué nos puedes decir tú al respecto?”- preguntaba el desubicado periodista a la protagonista de la historia.
Ella, sin emitir ningún tipo de ruidos y menos de declaraciones, abandonó la entrevista; sus pensamientos eran muchos, cuál de todos más desordenado o confuso. Se iría en dirección a su hogar. En el camino trataba de no fallar, por lo menos sus botas no podían andar mal. Su caminar, su posición eternamente erguida, su mirada, su cartera, no podían fracasar.
Una de sus ideas se coordinó acorde a la circunstancia; se logró aclarar y concluyó en fin que la situación debía abortar.
Pero no podía finiquitar este asunto tan indignamente, así de rápido y para siempre.
Volvería a su casa con los pasos más delicados que pudo haber dado; manteniendo su mirada fija a los conductores quienes la miraban con lástima, su elegante vestido flameando como nunca y sonrisa resplandeciendo ante todo, en lo único que falló fue que cruzó con luz roja.

(Historia escrita, editada y publicada por seba-ediciones 2007)