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lunes, 14 de enero de 2008

Un cuento de Navidad

Era navidad. La gente, bien vestida, se apresuraba en salir de sus oficinas rápidamente para poder llegar a sus hogares. Mi navidad me esperaba, mi familia aguardaba mi arribo. Pues bien, salí de mi oficina, calmado, pero con la preocupación de que tenía que comprar los regalos. Típico en mí, dejaba estas compras para el final. Fue así como saqué las llaves del auto y bajé en el ascensor hasta el estacionamiento, guardé el maletín y cerré la puerta del auto. Yo no me subí, decidí ir caminando por si no encontraba estacionamiento. Crucé la avenida para llegar a la tienda, me compré en un local de comida rápida una pizza y una bebida y divisé a lo lejos a un extraño caballero; claro, a medida que me iba acercando me iba dando cuenta de que era un vagabundo, barbón y panzón. Antes de ingresar a la tienda, me acerqué hacia él para darle dinero, sentí la necesidad de darle harto dinero, después de todo era navidad. Estaba sacando la billetera para darle dinero cuando 2 ó 3 antisociales, que venían corriendo detrás de mí, me dieron un golpe cerca del cuello y me robaron la billetera.

En fin, qué más podía hacer. ¿Llamar a la policía? ¿Irme a mi auto e ir a un banco a sacar dinero? ¿Correr detrás de los delincuentes? Mientras pensaba qué hacer el extraño vagabundo me miró y me dijo: “Bueno y ¿me va a dar dinero o no?”

No comprendí muy bien su pregunta, más bien me molestó mucho lo que dijo, como que no había entendido nada, como si nunca hubiese visto la escena del robo y me seguía preguntando: “Oiga, a usted le hablo, al de la chaqueta elegante ¿me va a dar dinero?”

Yo insistentemente le respondía que no, que si acaso no había visto que me habían robado, pero el hombre cortó la explicación diciéndome: “Pues entonces deme eso que está comiendo” – Yo sin dudar se lo di, después de todo, todo eso me había quitado el apetito. El vagabundo mientras se comía ese pedazo de pizza me conversaba: “Pero usted ¿no va a llegar a su casa?, mejor será que se vaya al tiro, su familia debe estar esperándolo. Mire ¿sabe qué?, párese y acompáñeme”

Lo acompañé en su camino, bajamos unas mal construidas escalinatas de piedra hasta llegar a un sucio y baldío río: “¿Qué es esto?- me pregunté, pues nunca había bajado hasta un río así, tan céntrico y tan sucio. Solo quería que lo acompañase a dejar un pesado bulto de tela, luego nos devolvimos por donde mismo bajamos y empezamos un extenso camino. Comencé a comprender que el vagabundo también era una persona, que tenía temas de conversación y sentido del humor, pues bien, me distraje un rato, era lo que me hacía falta; no compré regalos, me robaron mi dinero, ya era tarde; algo tenía que distraerme.

-“Mire don…”

- “Lastarrias, Augusto Lastarrias”- Respondí

-“Mire don Augusto Lastarrias, bien sabe usted que el dinero no lo es todo, no se angustie por cosas así, mire, acompáñeme”

Seguí acompañándolo, me llevó hasta el centro de una avenida, donde hacen acrobacias, donde venden bebidas, helados, periódicos, donde reparten folletos y donde transitan las motos. Pero para nada de eso me llevó hasta allí, simplemente iríamos a pedir dinero.

Aún no entiendo la razón del por qué lo acompañé, simplemente lo hice, quizás era para no sentirme solo o para que él no se sintiera solo, no sé, solo lo hice.

Así comencé a pedir dinero, de todas formas, no dejaba de sentir vergüenza, nunca lo había hecho, además quién podría darme dinero si andaba bien vestido y no tenía necesidad de pedir. Así y todo igual recibí dinero, dinero que se lo daría a mi amigo.

Olvidé mencionar su nombre, mi amigo se llamaba Osvaldo. Entre tanta conversación, me enteré de que había sido casado, había estudiado y hasta había viajado mucho por Europa. La decisión de vivir en la calle, me dijo, fue bastante fácil al principio, luego se tornó un ambiente de supervivencia en el cual él estaba dispuesto a estar.

Ya se hacía tarde y no tenía regalos, dinero ni ganas de llegar a casa.

Osvaldo insistía en que me fuera a comprar regalos; aún conservaba la lista que mi familia había hecho, entre tantas cosas que tenía que comprar, la mayoría iba a ser difícil de encontrar. Me despedí de mi amigo Osvaldo, le di las gracias por haberme hecho pasar un buen rato y me fui en dirección al estacionamiento de la empresa, más alegre y con ganas de ir a comprar. Salí del edificio y crucé para entrar a la tienda, pero ya era tarde. Se me había olvidado que en Navidad las tiendas cierran más temprano. Me bajé del auto, buscando una solución a esto. Me estacioné y me senté en una banca de madera. En ese momento se me ocurrió correr hacia donde mi amigo Osvaldo, pero también fue tarde, ya no seguía mendigando, entonces fui corriendo hacia el río, pero tampoco estaba, subí, corrí hacia el auto y me senté para pensar qué excusa daría al llegar a casa.

Reconozco que mi cerebro se bloqueó en el camino a mi casa; no tuve tiempo de pensar en el problema.

Llegué a casa, estacioné el auto en el pasto y ahí me quedé. Una vocecilla familiar me golpeó el vidrio y me dijo: “¿Qué estás esperando? ¿No vas a entrar? Anda…vamos”

No comprendí que era todo eso, la alegría con la que me recibían; si ya era tarde, era hora de cenar y no había llegado con nada.

Entré a la casa y todo el mundo me abrazaba y me agradecía: “Muchas gracias Augusto, te lo agradezco mucho, nunca pensé que me lo comprarías”- Me decían

Yo tenía una cara de impresión y de extrañeza enorme, pero bueno, me hice el sorprendido y les dije: “¿Les gusta?, que bueno, esa era la idea ¿Me esperarían un segundo?

Me fui a mi baño. Me bañé, me cambié de ropa y mientras me perfumaba me decía mentalmente: “Gracias Osvaldo, muchas gracias”

(Cuento escrito, editado y publicado por seba-ediciones 2008)

Crónica de una herencia extrañamente repartida

- “Pero si se le ve en la cara que es una santa”- Expresaban los hijos
Claro... pues nunca existió sospecha alguna.
-“El día que se desaparezca algo de aquí, te juro que no lo pensaré dos veces y la despediré sin arrepentirme después de tal acto”- se descargaba enfadada la soberbia y dudosa dueña de la casa.
Virginia, era el ama de llaves de la casa. Llevaba treinta años trabajando para la familia Blanco.
La señora Blanco, ya no estaba en su sano juicio, por lo que a veces hablaba sin razón.
Los hijos mayores de la Señora blanco ya querían que esta historia terminara. Estaban aburridos de escucharla todo el día, de pagar enfermeras, tener ese horrible ventilador mecánico puesto en la habitación de su madre, ver cómo deliraba y más: ver como ya no los reconocía. Sin duda los hijos guardaban un profundo cariño por su madre, pero nada más.
Virginia en tanto, no era santa de devoción de la señora Blanco. Algo guardaba toda la familia que claramente iba en contra de la señora Blanco.
¿Era hora de terminar con esto?
Con insinuaciones, los hijos de la señora Blanco trataban de transmitir el mensaje más cruel sobre el final de su madre a Virginia.
Los hijos de la señora Blanco intuían y, en el fondo sabían, de que el provecho por parte de Virginia se veía venir. Una ostentosa herencia aguardaba ser repartida y tanto Virginia, como los hijos de la señora Blanco, esperaban  aquel momento.
Estaba claro: la señora Blanco no fue una buena persona y por eso merecía la venganza de sus hijos y de su mucama de años.
Virginia entendió el mensaje de los hijos de la señora Blanco y empezó a cambiar su actitud con ella: “Buenos días querida señora Blanco. Aquí tiene sus galletas, su café, dos cigarrillos y sus píldoras. Cualquier cosa que necesite no dude en llamar. Estaré limpiando la alacena, señora” – Hablaba amablemente el ama de llaves.
- “Virginia, necesito que le lleve esto a nuestra madre, le aseguro de que tanto usted como nosotros estaremos muy contentos después de esto”
-“Señora Blanco, aquí le traigo su medicina, es necesario que ingiera este brebaje, para que no le dañe su garganta” Esperaba ansiosa Virginia.
Era de suponer, la señora Blanco cayó dormida en su almohada, botando todo lo que había a su alrededor. En ese momento entraron los hijos de la señora Blanco: “¡¿Y, qué sucedió?!" - preguntaron "sorprendidos".
-“Fue más fácil de lo que creí, ahora será urgente ubicar al doctor Tagle para que nos dé una respuesta. Mi amor, usted podría hablar con los abogados por el asunto de la herencia. Yo me quedaré aquí, esperando a que llegue el médico”- Hablaba a sangre fría la desleal empleada.
- “Buen día. La señora o señorita Virginia Smith ¿se encuentra? – Preguntó un hombre de traje oscuro y zapatos lustrados.
- “Pues con ella habla. Soy yo ¿qué desea?
- “Policía de delitos criminales del Estado. Usted queda arrestada por delito planificado y tiene derecho a defensa mediante abogados”- Aclaró el policía.
De la señora Virginia no se supo más. Los hijos mayores de la señora Blanco, como era de esperar, al traicionar a Virginia, se llevarían el dinero, herencia que dejaba su madre al morir. Contento estaba todo el mundo con esta fortuna que sería malgastada de forma desmedida.

-“No señor, le repito una vez más y espero que esta vez lo entienda, la herencia no es para usted, ni para usted tampoco. En ningún lado de este testamento se estipula que el dinero se le entregará a sus hijos. Aquí dice claramente que el dinero, será puesto a disposición de su prima Carmen Blanco. Lo siento muchachos, no puedo hacer nada”- Respondía el abogado.
La señora Virginia fue puesta en libertad gracias a una fianza que pagó la prima de la señora Blanco, luego de que Virginia le expusiera a Carmen su versión. Pues se topó cerca del recinto penitenciario con los hijos de la señora Blanco quienes lucían desaseados y angustiados y fumaban desesperados en el borde de la vereda aguardando la salida de Virginia para exigir una explicación. Virginia, la inteligente Virginia no les tomó mucha atención pero expresó:
-“Justicia divina queridos…divina”.