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miércoles, 29 de agosto de 2007

Alas

A veces la gente hace cosas que son irracionales tratado desde el punto de vista de alguien que quizás aún no pasa por eso.
Pero ¿qué pasa cuando empezamos a entender el por qué?
Esta es la historia de Francisco Javier Cousiño.
Hijo de padres separados. Excelente equitador, nadador, golfista y “volador”. Estudió en la mejor universidad de Estados Unidos. Ahí se desempeñó como economista. En su regreso a Chile conoció el amor: María Helena Errázuriz.
Francisco pertenecía a una familia acomodada, nunca le faltó nada, excepto el amor de su madre.
Vivió con su padre hasta que se tituló y se casó con María Helena. Con ella, tenía muchos proyectos, ganas de tener hijos y hasta pasajes para viajar a Europa.
Se hospedaron siempre en los mejores hoteles, comieron siempre en los lugares más lujosos, su núcleo social no era tan amplio y siempre colaboraban en actos de carácter solidario.
Esta relación era perfecta. Francisco en sus ratos libres tomaba su auto y se iba a un cerro ubicado en la periferia de Santiago.
Para relajarse y olvidarse de sus problemas laborales se instalaba sus Alas Delta y se sumergía en el más remoto pensamiento hasta su aterrizaje.
Lamentablemente no siempre le avisaba a María Helena que él saldría.
Ese miércoles 13 de Junio, ella necesitaba contactarlo rápidamente porque un socio de su empresa lo requería urgentemente.
Ella sin pensarlo tomó su auto y partió en busca de Francisco.
Iba desconcentrada, enojada, apurada.
No alcanzó a manejar sus reflejos, por lo que su auto, impactó fuertemente en una barrera de contención, volcándose y cayendo cerro abajo.
Francisco, aliviado, guardó toda la armazón de sus alas, bebió un poco de agua mineral y tomó su teléfono celular para tratar de ubicar a su esposa.
-“Hola Mane, espero que puedas escuchar este mensaje, solo quería decirte que voy camino a la casa y dígale a la María que se tome el día libre ¿bueno?, eso era amor, besos, adiós.”
Fue todo el camino escuchando la canción “Have you ever seen the rain?” De “The Creedence”.
Llegó a su casa, contento, feliz.
-“¿Amor?, ¿está por ahí?, María ¿ha visto a la Mane?
-“No señor, no la he visto desde que lo fue a buscar en la tarde”-Le respondió su empleada.
La señora maría regresó a la cocina donde se encontraba preparando un guiso de salmón y de pronto salió corriendo, gritando: “¡La señora María Helena!, ¡La señora María Helena!”
-“¿Qué le pasó?”- preguntó Francisco tratando de tranquilizar a la señora maría
-“La señora, la señora, camino a viña, su auto, se cayó, se estrelló, la señora María Helena, ¡se murió!”-dijo


Desde ese día que Francisco no pudo dormir nunca más bien. Su sonrisa se apagó. Las 2 presencias femeninas más importantes ya no estaban con él.
Su padre trataba por todos los medios de acercársele.
Francisco tuvo que despedir a la señora María, se cambió de casa y vendió el auto porque quería olvidarse de todo.
Desde ese día, Francisco no fue nunca más el mismo. Desde ese día que Francisco arma sus alas, se lanza al vacío y vuela por el cielo, tratando de estar cada vez más cerca de su amor.

(Historia escrita, editada y publicada por seba-ediciones 2007)

Qué hacer en un día de paro

Todo empezó hoy en la mañana. Para hoy estaba presupuestado un paro de una organización de trabajadores, por lo que, el orden y la tranquilidad de Santiago se verían un poquito interrumpidos. Pero igual pasaban micros. El único inconveniente era que en la vía de los autos había un paro un poco eterno.
Llegué a mi colegio, luego de ver la Alameda con protestas, fuego y centenares de personas gritando.
Sonó el timbre de las ocho para entrar a clases; había menos de la mitad de mi curso. Llegó nuestro profesor de inglés. Él hablaba, hablaba y hablaba. Con Pancho organizábamos su cumpleaños que tenía más de 12 actividades para realizar en 2 días, todo eso entre muchas risas.

Sonó el segundo timbre de las 9:30, salimos a recreo, conversamos mucho con Juan Carlos, y ya venía nuestro profesor de filosofía quien no haría la prueba porque había pocos alumnos. Yo, ya aburrido de escuchar música, comencé a dibujar, pero quería dibujar en el patio y mi profesor es tan…permisivo, que me dijo: “bueno joven, salga a dibujar no más, pero cuando termine se entra" (como si me fuese a entrar).
En eso llegó Felipe y Armando, nos compramos dulces mientras yo terminaba mi súper dibujo.
Luego fui a la sala del 3ero F, ahí estaban tocando guitarra. Pasó un rato y me fui a mi sala con el Javier y Felipe. En ese momento llegó el sr. Salazar quien nos pidió acarrear unos libros desde la galería del recuerdo hacia el tercer piso del hall. Yo, como no conocía el tercer piso, accedí.
Llegamos, junto con Pancho, Felipe, Armando y 60 personas más a buscar esos libros. No entraba a la galería del recuerdo desde que iba en primero medio. En su interior había solo cosas antiguas muy valiosas. Entre todo eso se encontraba un álbum que decía “Funerales del rector Amador Alcayaga”; eran solo fotografías de un rector que pidió ser velado en el hall de mi colegio y que fue muy homenajeado en el cortejo fúnebre.
Más allá había un mueble de madera y fierro dorado, en su interior se encontraba un ánfora ¿de quién?, pues bien, pertenecen (sus cenizas) a un profesor de música y francés que murió hace casi ya, 30 años. Este profesor pidió que sus cenizas se repartieran por el Inba dejando su recuerdo plasmado en la historia de mi colegio. Esa historia me la contaron hace mucho tiempo y hoy, por fin, pude conocer su ánfora.
Me pasaron el montón de libros que tenía que llevarme, así lo hice 4 veces; desde el hall hasta su tercer piso por la entrada del patio verde, pero siempre que subía intruseaba un poco los diferentes lugares que ahí existen.
Mi vestón empezó a quedar con tierra así que lo fui a dejar a la sala, ahí me encontré con Felipe que andaba en busca de Cristóbal. Le dije que si quería ir al tercer piso. Nos fuimos muy rápido y encontramos un lugar en el cual solo hay un ascensor o montacargas y arriba de él una escalera que llega al último lugar del Inba, su “techo”. Subimos por ahí aunque daba un poco de vértigo, pero valía la pena. La vista panorámica de Santiago es espectacular desde ese lugar.
Una vez que nos aburrimos arriba, me fui al baño a sacarme la grasa de máquina que tenía en las manos, a lavarme la cara y mojarme el pelo.
Nuevamente y por última vez me dirigí a acarrear libros, en ese momento me encontré con Pancho y le dije: “Pancho, mira, la puerta hacia el antiguo internado está abierta, ¿vayamos?”
Con Pancho y "Palomo" (Aguilar), que estaba ahí también, dejamos los libros y empezamos a recorrer el tercer piso del Inba. Lo recorrimos como 3 veces. Había una pieza solo con colchones (La pieza saltarina); todos saltando encima de ellos, luego, más allá había un baño con una bañera con patas, un lavamanos y un excusado encima de una tarima del año 1900. Unas cuantas habitaciones más allá había una oficina que ya la habían abierto. Ese era el “famoso” taller de Arte de Julio Huenchunao, un Ex Alumno que se dedicaba a pintar y mi colegio le cedió un espacio para que realizara sus obras. El taller está abandonado desde hace como unos 10 meses. Con Pancho y Palomo nuevamente intruseamos y vimos que la mayoría de las cosas eran servibles (un reloj, mucho, mucho óleo, mesas, pisos de madera con cuero, estantes, 35 cuadros en óleo, pases escolares, audífonos, parlantes, llaves, mucha ropa, etc.), pero nada sacamos, al contrario, tratamos de cerrar para que nadie más ingresara. Subimos nuevamente al techo con Pancho y Palomo, lo recorrimos y bajamos pero, no nos iríamos tan fácilmente. Recorrimos denuevo el taller de Huenchunao, hasta que sentimos ruidos y arrancamos hacia el lado izquierdo del pasillo. Nos detuvimos en un lugar para descansar. En una muralla de ese lugar había 2 flechas. Una (la de la izquierda) decía “Camino a la muerte”, y la otra (la de la derecha) decía “Camino al infierno”. Pues decidimos tomar la opción 2; Camino al Infierno pero, estaba cerrado. En ese momento comencé a recordar que en un documental que se hizo acerca de mi colegio decía que antes el Inba funcionaba como una pequeña ciudad; tenía teatro, lavandería, carnicería, panadería, dentista y un hospital. Yo, ya conocía donde se ubicaba todo menos el hospital. Con mis amigos miramos hacia arriba y decía “Dr. Espinoza”, una sala más allá decía “Rayos” y la última decía “Sala operaciones”. Todo el mundo dice que en ese lugar han visto personas. Muchas historias se tejen alrededor de esos lugares. Lo cierto sí, es que, mucha gente murió en ese hospital (propios estudiantes de mi colegio).
La sala de operaciones estaba cerrada con un muro gigante, después 2 puertas y encima una tabla que la atravesaba. Con Pancho tratamos de sacarla, pero no hubo caso, solo soltamos la tabla. Logramos ver desde un pequeño agujero hacia el otro lado. Había un rayado que decía “Mal” pero entre cada letra había una cruz invertida.
Un verdadero laberinto es ese tercer piso, por lo que dije: “No debe ser la única entrada, deben haber más”. Efectivamente, una puerta casi cerrada, dejaba entrever que pasando un ventanal se podía pasar a una habitación aledaña a la Sala de cirugías. Nos introdujimos en ella, quebramos muchos vidrios que estaban votados y, sí, había una entrada, pequeña, pero había, hacia la sala de operaciones. Pancho puso una mesa para poder encaramarse y lograr pasar hacia la sala.
Una vez todos adentro nos dimos cuenta de que había una pizarra, muy antigua con rayados satánicos y la mayoría de las palabras estaban en otro idioma. Presumimos que, quizás algún tipo de secta se juntába ahí. Fotografiamos lo que más pudimos. De todas formas estábamos asustados, ese era el lugar estratégico donde morían niños.
Una larga lámpara de médico caía sobre una camilla; esos eran los únicos vestigios de hospital que quedaban.
Lo entretenido de todo esto, para nosotros, era el suspenso, esa intención por no haber sido pillados o descubiertos. Una vez que tratamos de salir, Pancho dijo: “Mira un nido, que lindo, mira”, Y mientras me lo pasaba, el pequeño huevo se cayó reventándose en el suelo. Fue como un aborto intencional.
No nos podíamos ir sin antes dejar algún tipo de registro para el recuerdo. Justo había un lápiz botado y pusimos nuestros apellidos y la fecha. Ya nos iba a tocar Filosofía nuevamente así que, corriendo nos fuimos, bajando por otra escalera, la cual era muy larga y oscura. Pero antes de llegar a la puerta, Pancho, el ingenioso Pancho, en un acto de venganza dio un grito muy fuerte para asustarme (porque la otra vez yo lo asusté en el Pabellón Suizo, solo que esa vez yo vi su cara y no salí arrancando)
La aventura terminó (luego de haber estado como 2 horas arriba) y nos fuimos a limpiar las manos y los zapatos que ya, más sucios, no podían estar.
Don Hugo nos dio la salida más temprano, producto de las movilizaciones en Santiago, me despedí de Pancho y Palomo, me fui con Felipe, Javier, Cristóbal y Armando y en el metro comenzaron a hacer un show, que, como siempre me da mucha risa. Armando hasta le cantó a un guardia (jajaja).
En fin, eso se puede hacer en un día de paro, sin profesores y con 10 compañeros.

(Historia escrita, editada y publicada por seba-ediciones 2007)

lunes, 13 de agosto de 2007

Amelia

Era la última torre de la calle aledaña a mi casa, ahí habitaba una señora, de apariencia fea y solitaria. Se veía por su ventana una cantidad enorme de plantas en malas condiciones. La luz siempre estaba apagada. Salía con una botella de plástico a pasear.
Volvía muy tarde. Por las noches podía apreciarse una melodía de piano algo compleja.
Sus vecinos nunca reclamaron. Era la misma melodía a diario, pero, no cansaba oírla, era un espectáculo. Sus gatos salían a refrescarse a la ventana. La melodía se terminaba cuando la vela se consumía. Los gatos se entraban, la gente se acostaba, las luces se apagaban y la anciana…de la anciana no se sabía nada hasta el otro día.
Con el tiempo, luego de observarla, aquella anciana empezó a caerme bien.
Aquellos conciertos nocturnos de piano los esperaba con más ansias. Me quedaba a oírlos para luego acostarme. Ese día la anciana salió a pasear con su botella de plástico.
Decidí seguirla. –Disculpe, ¡hey!, usted… ¿Podría hablar con usted?- Le dije.
Fue un monólogo de casi dos horas, hasta que le dije: “…Y ya se ha hecho costumbre oírla en las noches, me encantaría oír esa melodía completa. ¿Podría ser mañana?
Ella esbozó una sonrisa muy humilde, muy cercana, queriendo expresar gratitud y responder que sí a mi inquietud. Ese fue el paseo. Nada fuera de lo normal, me entretuve contándole anécdotas, historias y tratando de robarle una palabra.
Ella entró lentamente al edificio, yo me despedí de ella y me fui a estudiar. Antes de que comenzara el espectáculo me asomé por la ventana a fumar el último cigarrillo del día.
La anciana, estaba en su ventana y nuevamente me sonrió. Comprendí de inmediato que aquellas horas en la tarde no habían sido en vano.
Apagué el cigarro, retomé mi lectura y la melodía comenzó.
Esa semana tendría que quedarme en la casa de unos amigos para terminar un trabajo.
Eché de menos, en ese momento, mi casa, en especial, la melodía que anunciaba que la noche comenzaba.
Al otro día, en la tarde, regresé a mi casa. Divisé la ventana de la anciana, algo extraño había. Faltaban plantas, no había gatos y las ventanas y cortinas estaban cerradas.
Crucé para preguntar por la anciana. Ya se iba a hacer de noche y el piano aún no sonaba.
-“Hola, discúlpeme, pero ando buscando a una anciana que vive en el piso de arriba.
¿La conoce?” –Le dije a un vecino

-"¿La señora Amelia? ¿Qué no supiste? Lo siento hijo pero, la señora Amelia falleció ayer, en la noche, cuando tocaba su piano. Me parece que era una melodía diferente".
No podía creer que eso estuviese sucediéndome. Sentí nervios, angustia y una especie de traición. Días antes le había pedido que terminase su melodía y me ausenté a su estreno. También sentí culpa, me habría encantado presenciar aquel acto.
Los días pasaron y alguien tocó a mi puerta.
¿Vive aquí un joven amigable y paciente que le gusta conversar?- Me preguntó un caballero de barba, muy serio.
-No sé, puede ser, soy el único hombre se esta familia, tendré que ser yo- Le dije
- Tiene un encargo de Amelia Fernández Löbric, quien ha estipulado en su testamento que le otorgará dicho piando avaluado en mucho dinero y que por ley pasará a manos de usted: "Joven amigable y paciente que le gusta conversar. Firme aquí por favor.
-En ese momento comprendí que me había perdonado.
Con el tiempo me interesé por el piano y antes de que anochezca, toco aquella parte que a la anciana le faltó tocar.

(Historia escrita, editada y publicada por seba-ediciones 2007)

Disputa individual

Vivían juntos. No se soportaban. Él por su parte era tranquilo y culto, a veces solidario y siempre muy recatado.
Él, todo lo contrario, era desordenado, desinformado, egoísta y muy desagradable.
Alguien les dijo: “Tendrán que vivir juntos para siempre, acostúmbrate”
No lo podía creer. ¿Qué sería de él con alguien totalmente lo contrario?
Trató de hacer todo lo posible.
Un impacto de bala recibió en su estómago. -¿Qué hice?
-¿Aún lo preguntas? … Me mataste.
-¿Cómo?
-Hemos muerto, ¡estúpido!
-¿Seguirás? Continuaba él.
-Acostúmbrate
-¿Sigues ahí?
Ya nadie respondía… nadie. Su madre llegó para ver que sucedía: ¡Hijo! ¿Qué hiciste?
Otra vez con estos arranques. Si ya se fue, todo va a estar bien.

(Cuento escrito, editado y publicado por seba-ediciones 2007)

Callejón 521

Distinguí de lejos a mi familia. Una voz me hablaba constantemente.
No paraba de reírme. La voz solamente lloraba. Debajo de un negro toldo aguardaba su cuerpo.
Llovía como solo en ese día podía llover. Otra voz interrumpe mi bullicio. El jolgorio había finalizado. Me ubiqué acorde a la circunstancia.
Un cura balbuceaba frases que no entendía, a la vez dos señoras lo increpaban.
Fue un sueño extraño…

(Cuento escrito, editado y publicado por seba-ediciones 2007)

Se soltó de su mano

Íbamos juntos. Él era menor que yo. Con mi madre iríamos de compras. De pronto ella nos dice:-¿Les gusta?, ¡bien lo llevo!
Y ¿tu hermano?, ¿Dónde se metió?
Jamás se lo dije pero, yo lo vi. Entre tanta gente, logré distinguirlo, Iba de la mano de alguien, angustiado, apenado.

(Cuento escrito, editado y publicado por seba-ediciones 2007)

Debí haber hablado

Se fue de casa, ¿Ya no hay nada más que hacer?
¿Nadie le dirá algo? ¿Nadie lo detendrá?
Así fue. Nadie lo hizo. Todos lo olvidaron. En su momento todos opinaron.
¿Quién era yo para entrometerme?
Simple, cuando no existe voz, tampoco hay voto.
Y nadie supo de él nunca más. Nunca más se tocó el tema,
-Esto jamás pasó -dijo mi abuela. Y así, pasó el tiempo. Aquel sentimiento ha sido la peor frustración que me ha tocado vivir.
Y si hubiese opinado…quizás no estaría aquí pensando...

(Cuento escrito, editado y publicado por seba-ediciones 2007)