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sábado, 13 de junio de 2009

Presagio

En mi casa todos lo sabíamos, era un secreto a voces entre nosotros, su padre me lo había dicho meses antes, pero prohibió decírselo. Ivo, le decíamos, de cariño, su nombre era Ivano, un joven alegre y deportista. Su padre, de nombre Nolasco era un economista creyente en esoterismos los cuales su familia detestaba. La señora Luz, reconocida en el ámbito de cartas de Tarot, le dijo que Ivo moriría en un tiempo más de un infarto, lo que no se especificaba era la razón, podía ser una mala noticia o una enfermedad cardiaca. Nolasco, fiel a estas predicciones, se fue asustado en su auto a un bar y ahí bebió toda la noche hasta que el local cerró. Fueron meses de angustia, consultó sicólogos, especialistas, pero nadie le dio en el clavo. Entonces la única salida a ese secreto que llevaba era comenzar a conversarlo con la familia, primero fue Augusta, la madre de Ivo, luego María Pilar, la tía, más tarde Jacinta y Gracia, amigas de la familia. Todos ellos ya sabían el destino y fecha de su muerte. Por supuesto nadie podía decírselo; Ivo no podía enterarse de aquello. El plan era idear momentos perfectos, experiencias que lo incluyesen a él como único protagonista. Teresa, su novia, hacía pocas semanas también sabía la noticia, por lo que su preocupación empezó a aumentar y finalmente optó por participar del plan de la familia. Saber que moriría y que no había vuelta atrás, convertía las relaciones en un ambiente hostil y frío. Durante esos agónicos meses viajaron, cenaron todas las noches formalmente, hubo fiestas en su honor, regalos sorpresas, saludos de preocupación inesperados y muchas visitas médicas, todos quienes fueron sus cercanos, estaban interesados en él. El joven deportista nunca sospechó nada, la muerte lo estaba esperando ansiosamente y su familia con una tristeza vestida de alegría aguardaba el momento. Se acercaban los días y comenzaban las palabras de despedida como: “Hijo, quiero que sepas que siempre te querré” o “Sobrino, eres lo más importante que tengo” Y hasta “Si tu te vas, me voy contigo amor”. Desde luego Ivo lo tomó como actos de simple atención hacia él.
El último día, la casa estaba helada, los ojos de todos estaban hinchados de tanto llorar y lo saludaban como si nada ocurriese, todo estaba limpio y Augusta se maquillaba sentada en su tocador mientras entre palabras y lágrimas, conversaba con Nolasco, quien se agarraba su cabeza, sentado en su cama. La puerta del dormitorio estaba entreabierta. Ivo bajó la escalera rápidamente para dar los buenos días a su padre y se quedó parado en el umbral de la puerta, oyendo: “Por Dios que eres Terco Nolasco, todos hemos durante meses tratado de detenerlo, hasta Teresa nos ha ayudado, tu bien sabes que Luz es de confianza, aunque estas cosas no me gustan, ella no jugaría con esto, y si te dijo que hoy sería el día, bueno, es porque así será. Lo único que podemos hacer es despedirnos con un beso cariñoso, un fuerte abrazo y asumir que Ivo morirá hoy” – Decía llorando Augusta.
Ivo desconcertado y caminando rápido sacó de un viejo mueble algo para beber, lo bebió rápidamente, el vaso derramó el poco contenido que quedaba en el sillón, no podía calmarse, una gran rabia se apoderaba de él, se sentó en aquel viejo sillón familiar y comenzó a entablar una conversación con su subconsciente. En ese momento el timbre de la casa empezó a sonar al mismo tiempo que el teléfono, pero en sus pensamientos, lo único que existía eran las palabras de Augusta:"Morirá hoy"- comenzó a brotar un llanto desconsolado, luego vino el silencio, y pensaba: "¿Por qué no me lo dijeron? pensarán que no merecía saberlo, ¿Debía saberlo justo el día de mi muerte?, claro... moriré, los odio, no podían ser tan desleales conmigo. Podría haber disfrutado todo mucho mejor; ahora comprendo la constante preocupación de todos, los regalos, las fiestas, pero de qué sirve si ya está destinado, por lo menos tengo derecho a elegir cómo morir" - Cogió unas pastillas de su bolsillo empezó a sentir un inmenso dolor en el pecho, sin poder hacer nada y sumido en su tristeza murió. Gracia Y Jacinta quienes tocaban hacía minutos el timbre de la casa entraron por la cocina y alertados por un golpe en la sala, Augusta y Nolasco corrieron para ver de qué se trataba. Su expresión definía impresión, tristeza y frustración. El teléfono había parado de sonar, pero arrojó el mensaje que en él dejaron: "Hola ¿Nolasco? ¿Cómo estás? Soy luz, del Tarot, ¿Me recuerdas?. Te llamaba porque quería hablar un tema serio contigo, es sobre lo de la otra vez, me equivoqué en la lectura de cartas, fue un error, te mando un beso y espero podamos hablarlo, adiós".

lunes, 8 de junio de 2009

Paren el mundo que me quiero bajar

¿Qué son los sueños? ¿De qué material están hechos? Hemos ido forjando la idea de tener una meta, un sueño, sin embargo, al terminar el día, todos los sueños suelen convertirse en pesadillas. Todos los días duermo pensando en lo que debo hacer al día siguiente, es como adelantar trabajo; trabajo que nadie reconoce, es como pasar por el lado del mundo y que no noten que estoy ahí, que existo, de que mi opinión a veces sirve, de que pienso, siento, sirvo. Aunque sé que no es lo correcto, pero es lo que siento, me gustaría tener un gran sueño, donde todo lo que ocurriera fuese irreal, nada me afectara, la gente me viera, fuese importante, me gustaría… irme en el sueño.

sábado, 6 de junio de 2009

Plan desafío

He tratado las últimas dos semanas de desafiar a mi destino. Mi abuelita dice que el destino de todos está escrito, que es imposible desafiarlo, cualquier cosa que hagas ya está escrito, mis primos en tanto, dicen que el destino no existe, pero debía averiguarlo.

Hace meses que quería tener reacciones frente a este desafío. Hay quienes piensan que estoy un poco loco.

Había cerrado las persianas de mi dormitorio durante 6 semanas, he dormido poco, he planeado cosas, he escrito otras. Todo mi estudiado propósito tenía etapas que debía cumplir, para ello inventé una serie de ejemplos que ocurrirían y vería si podían ser capaces de no suceder. Comencé con mi pez dorado; el veterinario me dijo que no viviría más de 3 horas, que el veneno que había comido accidentalmente lo iba a matar tarde o temprano y que no me acercara a él. Mis ojos no se despegaron de la pecera durante muchos minutos, pero decidí cambiarlo de pecera y darle comida, pero no hubo caso, mi pez dorado murió en la hora determinada y nada pude hacer. Pero mi necesidad de desafío no acababa ahí, por supuesto tenía más alternativas que proponer; maté hormigas, di vuelta vasos con leche, rompí un lápiz, pero ninguna de esas alternativas me demostraban fehacientemente que algo estaba yo cambiando. La intriga por saber qué pasaría comenzaba a desaparecer y ya no me estaba siendo tan entretenido inventar una cosa y realizarlo, para saber si algo cambiaba. Mi vida seguía igual, de hecho entre estudio y estudio, las esperanzas de encontrar una respuesta estaban a años luz de mi memoria. Mientras nos íbamos a un viaje de estudios para realizar una investigación, con compañeros, les comenté lo que había estado haciendo durante meses. Quedé como un loco nuevamente, otros se rieron, otros simplemente no le dieron mayor importancia. Lo único que yo quería era experimentar sensaciones, por mínimas que fueran, buenas o malas, largas o cortas. Nuestro viaje terminó y nuestros profesores nos avisaron que en la primera escala de aterrizaje podíamos bajarnos los que vivíamos en ese lugar, pero me negué, prefería irme con mis compañeros hasta el lugar de aterrizaje final y devolverme, además necesitaba hacerles unas preguntas a mis profesores y quería despedirme. En el minuto 45 de vuelo, una voz, a través de un parlante dijo: “Primer aterrizaje, sírvanse a descender del avión, quienes requieran bajada obligada”. Mucho no entendí, pero comprendí que sería la primera parada. Y vi que algunos compañeros se paraban para irse; compañeros que vivían muy cerca mío y en último momento, en un acto irracional, quizás tentado por una fuerza que nunca comprendí de qué se trataba, me bajé del avión y rápidamente me despedí de mis otros compañeros. Una vez que estuve abajo y vi que el avión despegaba y se iba, me sentí extraño; no era eso lo que yo quería hacer, yo quería seguir y bajarme en otro lado, luego vino una angustia, quedé con ganas de terminar algo. Desde luego comprendí que el sentimiento no era el más agradable, que por fin había desafiado al destino y que por algo no es bueno retarlo.