Powered By Blogger

sábado, 6 de junio de 2009

Plan desafío

He tratado las últimas dos semanas de desafiar a mi destino. Mi abuelita dice que el destino de todos está escrito, que es imposible desafiarlo, cualquier cosa que hagas ya está escrito, mis primos en tanto, dicen que el destino no existe, pero debía averiguarlo.

Hace meses que quería tener reacciones frente a este desafío. Hay quienes piensan que estoy un poco loco.

Había cerrado las persianas de mi dormitorio durante 6 semanas, he dormido poco, he planeado cosas, he escrito otras. Todo mi estudiado propósito tenía etapas que debía cumplir, para ello inventé una serie de ejemplos que ocurrirían y vería si podían ser capaces de no suceder. Comencé con mi pez dorado; el veterinario me dijo que no viviría más de 3 horas, que el veneno que había comido accidentalmente lo iba a matar tarde o temprano y que no me acercara a él. Mis ojos no se despegaron de la pecera durante muchos minutos, pero decidí cambiarlo de pecera y darle comida, pero no hubo caso, mi pez dorado murió en la hora determinada y nada pude hacer. Pero mi necesidad de desafío no acababa ahí, por supuesto tenía más alternativas que proponer; maté hormigas, di vuelta vasos con leche, rompí un lápiz, pero ninguna de esas alternativas me demostraban fehacientemente que algo estaba yo cambiando. La intriga por saber qué pasaría comenzaba a desaparecer y ya no me estaba siendo tan entretenido inventar una cosa y realizarlo, para saber si algo cambiaba. Mi vida seguía igual, de hecho entre estudio y estudio, las esperanzas de encontrar una respuesta estaban a años luz de mi memoria. Mientras nos íbamos a un viaje de estudios para realizar una investigación, con compañeros, les comenté lo que había estado haciendo durante meses. Quedé como un loco nuevamente, otros se rieron, otros simplemente no le dieron mayor importancia. Lo único que yo quería era experimentar sensaciones, por mínimas que fueran, buenas o malas, largas o cortas. Nuestro viaje terminó y nuestros profesores nos avisaron que en la primera escala de aterrizaje podíamos bajarnos los que vivíamos en ese lugar, pero me negué, prefería irme con mis compañeros hasta el lugar de aterrizaje final y devolverme, además necesitaba hacerles unas preguntas a mis profesores y quería despedirme. En el minuto 45 de vuelo, una voz, a través de un parlante dijo: “Primer aterrizaje, sírvanse a descender del avión, quienes requieran bajada obligada”. Mucho no entendí, pero comprendí que sería la primera parada. Y vi que algunos compañeros se paraban para irse; compañeros que vivían muy cerca mío y en último momento, en un acto irracional, quizás tentado por una fuerza que nunca comprendí de qué se trataba, me bajé del avión y rápidamente me despedí de mis otros compañeros. Una vez que estuve abajo y vi que el avión despegaba y se iba, me sentí extraño; no era eso lo que yo quería hacer, yo quería seguir y bajarme en otro lado, luego vino una angustia, quedé con ganas de terminar algo. Desde luego comprendí que el sentimiento no era el más agradable, que por fin había desafiado al destino y que por algo no es bueno retarlo.



No hay comentarios: