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miércoles, 19 de septiembre de 2007

Chofer de Máquina

-¡Última llamada!, Tren “Santiago-Puerto Montt”, ¡última llamada!- Vociferaba el conductor antes de la partida.
Elegante de la bota hasta la gorra, Se encargaba de llamar a los pasajeros, para conducirlos y al fin del viaje cortarles el boleto.
Fue siempre un conductor intachable, responsable y oportunidad que tenía, la aprovechaba para hablar de lo bueno que era trabajar para las empresas de trenes de Chile.

-Hola señora, adelante, su asiento es el 221, póngase cómoda, en un minuto le traeremos un refresco, o ¿desea otra cosa?- Era la actitud con que el conductor trataba a su público.

-Muy bien ¿nadie más?, Se cierran las puertas.- Dijo el conductor

-Espere, aguarde un momento, falto yo, no pueden irse sin mi- Decía una anciana, mientras trataba de caminar lo más rápido que podía.

-¡Oh!, pero por favor señora, las puertas se abrirán. Adelante, póngase cómoda, que partiremos inmediatamente rumbo a Puerto Montt. -Sacó un reloj de bolsillo y dijo: muy bien, ya es la hora.
¿Desea algún tipo de refresco?-Dijo atentamente El conductor.

Recuerdo que era un caluroso día en Santiago. La Estación Central estaba llena, como nunca. La gente alborotada corría en busca de un boleto para viajar. 14 de Enero, para ser exacto, ese fue el día en que compré aquel boleto, 14 de Enero de 1932.
Nos subimos en vagones separados con mi familia, pues no quedaban más asientos.

Tuve la ocurrencia de sentarme unos cuantos asientos más allá de la puerta de la locomotora. Ésta se abría constantemente. No se bien con exactitud donde íbamos en aquel momento, pero, ya todos dormían, excepto yo. Una conversación, extensa entre el conductor y el auxiliar era la que yo escuchaba.

- Un momento, tú me vas a escuchar ahora. Nadie, completamente responsable, sale de Santiago sabiendo que tenemos fallas con 6 ruedas y otras fallas motoras y no le avisa al resto. Menos a mí que soy, en este contexto, tu jefe. ¿Sabes qué podría pasar en el trayecto? ¿Sabes lo peligroso que puede tornarse esto? ¿Sabes que ocurrirá si este maldito radio no se enciende o no logra captar la señal? Muy bien, moriremos. Y ¿De quién será la responsabilidad? De un auxiliar que no fue capaz de avisarle a nadie de un asunto que me incumbe a mí y a 250 personas más.- Dijo ofuscado el conductor.

De todas las veces que había viajado ahí, jamás escuché a ese caballero alzar su voz de tal manera y menos para llamarle la atención a alguien. Algo raro estaba sucediendo. Mi estómago comenzaba a revolverse. Mi cerebro traía imágenes que podrían ser las últimas. Mi paciencia se estaba agotando. Cuando decidí levantarme y despertar a los pasajeros, el tren se estrelló contra un barrote de fierro pesado, la velocidad comenzaba de a poco a aumentar.

Un grito desesperado del auxiliar del tren alertaba a los pasajeros de que los últimos 3 vagones se habían soltado y que la locomotora iba sin frenos.

El conductor, algo más calmado salía de su cabina, para tranquilizar a los pasajeros:
-"Nada malo ha ocurrido y nada malo ocurrirá. Si este señor guarda sus palabras para una escena de película y ustedes detienen este escándalo, juntos podremos solucionar esta situación".

-¡Escúchenme ... por favor, silencio!, No necesitamos que este caballero venga a mentirnos y tranquilizarnos con tontos argumentos. Todos vimos y escuchamos que los últimos 3 vagones quedaron atrás. Ellos, aunque sean de tercera clase, ya están bien. Sin embargo, quedamos 50 pasajeros a punto de morir. Esto hay que solucionarlo.-Dijo una señora de apellido Undurraga, cuya única intención era aportar con tranquilidad y organización.
Otro fuerte golpe azotó al tren en ese momento. El cuarto vagón se había soltado.
La señora Undurraga le imploraba a Dios que se soltara su vagón. Su cara de pronto comenzó a desfigurarse.
La señorita Fernández De Milo, ya había caído rendida, desmayada al suelo.
Mi familia iba en el cuarto vagón.
Don Martín Balmaceda, un exitoso empresario de Santiago, un caballero, se le colmó su paciencia y corrió ofuscado a golpear al conductor. Esa situación fue algo patética. El conductor, sin culpa alguna, o quizás con un grado de responsabilidad, recibía golpes del señor Balmaceda.
El auxiliar, no soportó la presión, la culpa, la responsabilidad y el miedo, pues atinó a romper un vidrio del vagón que quedaba, para lanzarse, mientras el tren iba a toda velocidad. Lamentablemante vi como murió.
Otro tercer golpe dio contra el tren. La señora Undurraga creyó que nos habíamos soltado, pues no, habíamos impactado contra un auto que correctamente cruzaba la calle.
La velocidad comenzó a disminuir producto del impacto y fue ahí cuando el tren se descarriló. Un giro enorme dio el tren. La locomotora quedó pegada al riel. Nuestro vagón rodaba cerro abajo y toda la gente, lucida aún, rogaba auxilio.
La rabia mía por el conductor, aumentaba. Él se había quedado arriba, sano y salvo.
Nuestro vagón dejó de rodar y he ahí cuando una explosión sonó arriba en el cerro.
El conductor se había quedado atrapado, no pudo salir y la locomotora estalló.

Lo que había comenzado como un lindo y tranquilo viaje de vacaciones, terminó en una tragedia. Jamás supe que pasó con la señora Undurraga, o con la señorita Fernández de Milo o con el señor Balmaceda.
Desperté 2 días después en la camilla de un pequeño hospital cercano al lugar del accidente.
Había sido titular de por lo menos 4 periódicos. Todos lo comentaban.
Por supuesto, no quedé igual pero, vivo estoy, preguntándome la razón, hasta el día de hoy, de tal accidente.

(Historia escrita, editada y publicada por seba-ediciones 2007)

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