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viernes, 18 de mayo de 2007

Por una cana

Vivía yo en Metrópolis, a un costado de la carretera Nueva Holanda, en un barrio pequeño y con tradiciones un poco anormales.

Dice la leyenda que desde que los españoles e ingleses lograron conquistar metrópolis, nada es igual.

Los ingleses pedían que por cada padre y madre que tuvieran alguna cana, el reino, entonces, de Metrópolis debiera fusilar a uno de sus hijos y posteriormente a ellos.

Cuando era un niño creí, sin saber esta leyenda, haber soñado que yo era un hombre trabajador, humilde y de pelo blanco (debí haber sido viejo) y estaba casado con una señora con las mismas características mías.

En este sueño me mataban y mis hijos quedaban solos, sin nadie a quien querer. Pero el sueño era extraño, porque yo veía mi muerte y luego iba a visitarme a mi propia tumba. Afortunadamente esos tiempos ya pasaron.

Se habla de que hace muy pocos años una mujer habría botado a su hijo en un pozo, en la plaza 13 de Agosto, cerca de mi casa, porque, según ella, recibía amenazas de los ingleses.

Hace más de 50 años, el rey y la reina de Metrópolis dieron por finalizados estos procedimientos, gracias a la reforma de la constitución, que servían para mantener una población eternamente joven.
La semana pasada llegué a mi escuela, me sienté y el profesor nos entregó un papel que decía “Examen psicológico”, era solamente para ver que podría estar afectando el bajo rendimiento académico de este año.

Pues el psicólogo me encontró bien, pero solicitó me quedase después de clases para una segunda cita y que era solamente para poder probar ciertas inquietudes y sospechas de mí que le aquejaban a él en ese momento.

Toda mi vida me he sentido algo mal por la personalidad que tengo, siempre digo: “mira, aquí nos hospedamos en una oportunidad, ¿se acuerdan?” y mi familia me trata de loco negando aquel comentario...suele sucederme.

Una vez soñé también, el llegar a un camino muy hermoso, que conducía a un cerro en el cual había un tétrico cementerio algo abandonado.

Este sueño se me hizo repetitivo, pero siempre que lo sueño, algo ha cambiado y nunca puedo llegar al cementerio. Siempre quedo afuera.

El psicólogo dice acordarse de mí, pero yo no de él. No sabe específicamente dónde me había visto, pero cree haberme visto unos 2 ó 3 años sucesivamente.

Por fin llegó la hora de aclararle esa inquietud que aquejaba al doctor. Me pidió que me recostara sobre una cómoda camilla. Él mientras tanto lograría hacerme dormir para poder interrogarme.

Cuando desperté, me dijo:” ¡lo Sabía!, creo haber encontrado la respuesta”. Me pidió que lo acompañase en su auto a un lugar que me agradaría mucho.

Lo que casi me “mató” del susto. Iba entrando por aquel camino al cementerio, el de mis sueños, el que creí no existía y que jamás podría llegar hasta allí.

Justo cuando tuve la intención de entrar y ya lo había logrado, me tropecé con un pedazo de cemento mal puesto, todo sucio y gastado. Me senté a sobarme la rodilla, porque me dolía mucho y sentí que algo me molestaba debajo mío; era una gran y antigua A, sí una A, la misma letra con la que empieza mi nombre, pues limpié aquel pedazo de cemento y apareció mi fecha de nacimiento, mi nombre completo y mi fecha de muerte; todas las ideas imaginables se pasaron por mi mente, hasta que lo comprendí.

La tristeza, la confusión, la rabia y el desconcierto no cabían en mí.

El psicólogo me consoló y me explicó de la mejor forma que había muerto hace mucho tiempo, pero no solo morí yo, sino que también él.
Y lo dedujo por sus síntomas iguales a los míos, pues llegó a la terrible pero cierta conclusión de que yo había sido su hijo, al cual fusilaron siendo un niño y que tarde o temprano el destino nos iba a juntar para vivir lo perdido y morir de una forma justa y digna.

Sin oportunidad de despedirme, ni siquiera un segundo de mi familia, me encontraba llorándole a mi tumba.

Jamás pude llegar hasta el cementerio, pero sé que a pesar de haber estado todo este tiempo muerto, pero a la vez lleno de vida, fue porque esa vida quiso que yo aprovechara lo que nunca pude tener.

Me encuentro aún desconcertado y a veces sin saber el por qué, lo único que sé con seguridad es que pude morir de una manera un poco más digna y cuidando desde aquí mi tesoro más preciado…

(Cuento editado por seba-ediciones 2004)

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