Todo empezó hoy en la mañana. Para hoy estaba presupuestado un paro de una organización de trabajadores, por lo que, el orden y la tranquilidad de Santiago se verían un poquito interrumpidos. Pero igual pasaban micros. El único inconveniente era que en la vía de los autos había un paro un poco eterno.
Llegué a mi colegio, luego de ver la Alameda con protestas, fuego y centenares de personas gritando.
Sonó el timbre de las ocho para entrar a clases; había menos de la mitad de mi curso. Llegó nuestro profesor de inglés. Él hablaba, hablaba y hablaba. Con Pancho organizábamos su cumpleaños que tenía más de 12 actividades para realizar en 2 días, todo eso entre muchas risas.
Sonó el segundo timbre de las 9:30, salimos a recreo, conversamos mucho con Juan Carlos, y ya venía nuestro profesor de filosofía quien no haría la prueba porque había pocos alumnos. Yo, ya aburrido de escuchar música, comencé a dibujar, pero quería dibujar en el patio y mi profesor es tan…permisivo, que me dijo: “bueno joven, salga a dibujar no más, pero cuando termine se entra" (como si me fuese a entrar).
En eso llegó Felipe y Armando, nos compramos dulces mientras yo terminaba mi súper dibujo.
Luego fui a la sala del 3ero F, ahí estaban tocando guitarra. Pasó un rato y me fui a mi sala con el Javier y Felipe. En ese momento llegó el sr. Salazar quien nos pidió acarrear unos libros desde la galería del recuerdo hacia el tercer piso del hall. Yo, como no conocía el tercer piso, accedí.
Llegamos, junto con Pancho, Felipe, Armando y 60 personas más a buscar esos libros. No entraba a la galería del recuerdo desde que iba en primero medio. En su interior había solo cosas antiguas muy valiosas. Entre todo eso se encontraba un álbum que decía “Funerales del rector Amador Alcayaga”; eran solo fotografías de un rector que pidió ser velado en el hall de mi colegio y que fue muy homenajeado en el cortejo fúnebre.
Más allá había un mueble de madera y fierro dorado, en su interior se encontraba un ánfora ¿de quién?, pues bien, pertenecen (sus cenizas) a un profesor de música y francés que murió hace casi ya, 30 años. Este profesor pidió que sus cenizas se repartieran por el Inba dejando su recuerdo plasmado en la historia de mi colegio. Esa historia me la contaron hace mucho tiempo y hoy, por fin, pude conocer su ánfora.
Me pasaron el montón de libros que tenía que llevarme, así lo hice 4 veces; desde el hall hasta su tercer piso por la entrada del patio verde, pero siempre que subía intruseaba un poco los diferentes lugares que ahí existen.
Mi vestón empezó a quedar con tierra así que lo fui a dejar a la sala, ahí me encontré con Felipe que andaba en busca de Cristóbal. Le dije que si quería ir al tercer piso. Nos fuimos muy rápido y encontramos un lugar en el cual solo hay un ascensor o montacargas y arriba de él una escalera que llega al último lugar del Inba, su “techo”. Subimos por ahí aunque daba un poco de vértigo, pero valía la pena. La vista panorámica de Santiago es espectacular desde ese lugar.
Una vez que nos aburrimos arriba, me fui al baño a sacarme la grasa de máquina que tenía en las manos, a lavarme la cara y mojarme el pelo.
Nuevamente y por última vez me dirigí a acarrear libros, en ese momento me encontré con Pancho y le dije: “Pancho, mira, la puerta hacia el antiguo internado está abierta, ¿vayamos?”
Con Pancho y "Palomo" (Aguilar), que estaba ahí también, dejamos los libros y empezamos a recorrer el tercer piso del Inba. Lo recorrimos como 3 veces. Había una pieza solo con colchones (La pieza saltarina); todos saltando encima de ellos, luego, más allá había un baño con una bañera con patas, un lavamanos y un excusado encima de una tarima del año 1900. Unas cuantas habitaciones más allá había una oficina que ya la habían abierto. Ese era el “famoso” taller de Arte de Julio Huenchunao, un Ex Alumno que se dedicaba a pintar y mi colegio le cedió un espacio para que realizara sus obras. El taller está abandonado desde hace como unos 10 meses. Con Pancho y Palomo nuevamente intruseamos y vimos que la mayoría de las cosas eran servibles (un reloj, mucho, mucho óleo, mesas, pisos de madera con cuero, estantes, 35 cuadros en óleo, pases escolares, audífonos, parlantes, llaves, mucha ropa, etc.), pero nada sacamos, al contrario, tratamos de cerrar para que nadie más ingresara. Subimos nuevamente al techo con Pancho y Palomo, lo recorrimos y bajamos pero, no nos iríamos tan fácilmente. Recorrimos denuevo el taller de Huenchunao, hasta que sentimos ruidos y arrancamos hacia el lado izquierdo del pasillo. Nos detuvimos en un lugar para descansar. En una muralla de ese lugar había 2 flechas. Una (la de la izquierda) decía “Camino a la muerte”, y la otra (la de la derecha) decía “Camino al infierno”. Pues decidimos tomar la opción 2; Camino al Infierno pero, estaba cerrado. En ese momento comencé a recordar que en un documental que se hizo acerca de mi colegio decía que antes el Inba funcionaba como una pequeña ciudad; tenía teatro, lavandería, carnicería, panadería, dentista y un hospital. Yo, ya conocía donde se ubicaba todo menos el hospital. Con mis amigos miramos hacia arriba y decía “Dr. Espinoza”, una sala más allá decía “Rayos” y la última decía “Sala operaciones”. Todo el mundo dice que en ese lugar han visto personas. Muchas historias se tejen alrededor de esos lugares. Lo cierto sí, es que, mucha gente murió en ese hospital (propios estudiantes de mi colegio).
La sala de operaciones estaba cerrada con un muro gigante, después 2 puertas y encima una tabla que la atravesaba. Con Pancho tratamos de sacarla, pero no hubo caso, solo soltamos la tabla. Logramos ver desde un pequeño agujero hacia el otro lado. Había un rayado que decía “Mal” pero entre cada letra había una cruz invertida.
Un verdadero laberinto es ese tercer piso, por lo que dije: “No debe ser la única entrada, deben haber más”. Efectivamente, una puerta casi cerrada, dejaba entrever que pasando un ventanal se podía pasar a una habitación aledaña a la Sala de cirugías. Nos introdujimos en ella, quebramos muchos vidrios que estaban votados y, sí, había una entrada, pequeña, pero había, hacia la sala de operaciones. Pancho puso una mesa para poder encaramarse y lograr pasar hacia la sala.
Una vez todos adentro nos dimos cuenta de que había una pizarra, muy antigua con rayados satánicos y la mayoría de las palabras estaban en otro idioma. Presumimos que, quizás algún tipo de secta se juntába ahí. Fotografiamos lo que más pudimos. De todas formas estábamos asustados, ese era el lugar estratégico donde morían niños.
Una larga lámpara de médico caía sobre una camilla; esos eran los únicos vestigios de hospital que quedaban.
Lo entretenido de todo esto, para nosotros, era el suspenso, esa intención por no haber sido pillados o descubiertos. Una vez que tratamos de salir, Pancho dijo: “Mira un nido, que lindo, mira”, Y mientras me lo pasaba, el pequeño huevo se cayó reventándose en el suelo. Fue como un aborto intencional.
No nos podíamos ir sin antes dejar algún tipo de registro para el recuerdo. Justo había un lápiz botado y pusimos nuestros apellidos y la fecha. Ya nos iba a tocar Filosofía nuevamente así que, corriendo nos fuimos, bajando por otra escalera, la cual era muy larga y oscura. Pero antes de llegar a la puerta, Pancho, el ingenioso Pancho, en un acto de venganza dio un grito muy fuerte para asustarme (porque la otra vez yo lo asusté en el Pabellón Suizo, solo que esa vez yo vi su cara y no salí arrancando)
La aventura terminó (luego de haber estado como 2 horas arriba) y nos fuimos a limpiar las manos y los zapatos que ya, más sucios, no podían estar.
Don Hugo nos dio la salida más temprano, producto de las movilizaciones en Santiago, me despedí de Pancho y Palomo, me fui con Felipe, Javier, Cristóbal y Armando y en el metro comenzaron a hacer un show, que, como siempre me da mucha risa. Armando hasta le cantó a un guardia (jajaja).
En fin, eso se puede
hacer en un día de paro, sin profesores y con 10 compañeros.
(Historia escrita, editada y publicada por seba-ediciones 2007)